Érase una gata a una lengua pegada

Esa lengua que tienes Hirua, tan larga y rasposa. Esa lengua es la que me despierta todos los días, media hora antes de que suene el despertador y tres horas antes del momento en el que querría despertar los fines de semana. 

Pero así eres tú, Hirua, tan loca. “Loca por el chupe” te llamamos, porque si por ti fuera nos hubieras chupado tanto las manos, los brazos y la cabeza que nos hubieras dejado limpísimos, pero sin pelo ni piel. 

Hay que ver qué obsesión tienes con chupar. Y lo mismo te da que sean tus padres que el señor de telefónica, tú te acercas con el rabo bien tieso, tu cara de gata loca y zas, zas, zas a chuparle la coronilla al pobre hombre. 

Lo malo es que no te das cuenta de que a parte de molesto es doloroso. Y nos da pena porque para ti es una muestra de cariño, o tal vez piensas que estamos muy sucios. 

Sagu, que cuando llegaste a casa no te tenía mucho aprecio, flipaba cada vez que le chupabas, pero con el tiempo hemos visto que a veces se deja (y pone cara de gustillo) e incluso hay veces que es Sagu el que te chupa la cabeza, aunque claro después de unos lametones la cosa siempre acaba en pelea. 

Pero por muy molesto que sea ver la tele y que de repente pases por el respaldo del sofá y me chupes la cabeza, o por mucho que me moleste que me despiertes con tus lametones, tenemos que reconocer que eres una gata loca, loca pero divertida, mimosa y muy buena. 

Y no podemos echarte en cara nada, porque esa manía tuya por chupar es una de las cosas que nos conquisto en la protectora. Cuando nos acercábamos al cercado saliste de dentro como una loca, diciendo “miak, miak”, te cogí en brazos y comenzaste a chuparme mientras ronroneabas y me mirabas con esos ojazos.